Bienvenidos a los cuentos sobre Ana

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sábado, 12 de julio de 2008

Recuerdos de la Juventud: 2. El Origen de Rago

La luz de satisfacción que antes iluminó sus ojos se convirtió en enfado y temor cuando escuchó lo que había sucedido. Le comencé a pedir disculpas pero me hizo callar poniendo el dedo índice sobre sus labios. Cogió el libro de cuero negro de mis manos y lo posó sobre la mesa. Tomó asiento en la silla y con la mano me invitó a tomar asiento frente a él.
Iluminados por la blanca luz de la lámpara de su despacho Ricardo comenzó a hablar: “Ana, me dijo con voz profunda y queda, este libro no es muy común. Hay que tener mucho cuidado con él, sobre todo al abrirlo.”
En ese momento no pude contenerme más, el quemazón de la culpabilidad precisaba surgir en altavoz por mi boca: “Profe, necesitamos saber qué es lo que le ha pasado a Luis. ¡Está dentro de un libro! Necesito entrar y traerlo de vuelta, si está dentro de él es por mi culpa”.
El comentario hizo que la cara de Ricardo se arrugase de forma extraña. “No es tan fácil, respondió una voz que callaba más de lo que decía, primero hay que conocer los orígenes de las cosas antes de actuar. Si no sabes cómo se han creado solo podrás empeorar la situación”.
Y tras esta frase, cuya profundidad me costó un poco entender dada mi edad, Ricardo comenzó a contarme la historia del libro: “Este libro lo creé yo con materiales que me dejaron mis abuelos. Mi abuelo Germán me dejó hilo, pliegos para escribir y unas tapas de negro cuero para embellecerlo. Mi otro abuelo, César, me regaló tinta y una hermosa pluma para escribir en él.”
Ricardo hizo un breve inciso para hilvanar en su cabeza el resto de la historia, yo pensé que esta parte de su historia se parecía a algún cuento que mis padres me contaban antes de dormir cuando era más pequeña. A continuación concentró su mirada en el libro y prosiguió con su relato.
“Una vez encuaderné el libro me lo llevé a uno de mis viajes para ir escribiendo en él. Cuando ya concluía mi periplo me encontraba con una tribu indígena que aquella noche iba a realizar un ritual singular.” En ese momento la voz de Ricardo se volvió enigmática. “La hoguera rasgaba la profundidad de la noche, solamente una pequeña olla impedía que las llamas intentarán acariciar las estrellas con su errático baile. En ella, el hechicero más poderoso de la tribu elaboraba la poción que después usarían para hacer su vida algo más fácil. Tras varias horas, ya entrada la noche, el proceso había concluido. Tan sólo un par de gotas habían quedado en el recipiente. Una sola gota bastaba para hacer poderoso el objeto que ellos quisieran. La otra gota me dejaron usarla en uno de mis objetos de viaje. Yo, incrédulo en aquel momento, vertí sobre la tapa del libro la pequeña gota de líquido rosáceo que quedaba en la olla.
A partir de este suceso, el libro pareció cobrar iniciativa, en la portada apareció grabada la palabra "Rago" y, aunque yo no escribiese, al día siguiente aparecían redactadas varias hojas.
Pero desde que empecé a usar la tinta que me regaló mi abuelo César en el libro comenzaron a escribirse cosas oscuras, malos pensamientos.” Mi profesor levantó la mirada lentamente de las tapas del libro, en su cara vi un rastro fugaz de miedo que ocultó rápidamente relajando sus músculos. “Al poco tiempo oculté el libro en el rincón menos transitado de la biblioteca, al menos hasta que supiese cómo actuar.”
Quizá debido a mi temprana edad asimilé la historia dándole la credibilidad que en realidad se merecía. Entonces dije: “Profesor, hoy por la tarde tenemos que averiguar como rescatar a Luis de su prisión. Si es preciso entraremos dentro nosotros también.”
Ricardo me contestó con un leve asentimiento de cabeza, perdiendo la mirada en el libro, pensaba yo que meditaba la mejor forma de solucionar el problema. “A las cuatro nos vemos de nuevo entonces, pero ten en cuenta que no haremos nada peligroso, concluyó mi profesor de filosofía.”
Dicho eso me levanté de la silla y me fui a comer a casa.